Su color escarlata de viveza aguda, incitaba todo deseo del que la rozaba. Una vez más, su homogenea cutícula de áspera roedura parecía envolver una oculta naturaleza en sí, un enigma en su recóndito interior. La llamaba. Sus ojos imploraban el roce. Atronaba en su mente ese cascabeleo procedente de su interior, similar al seseo que producen las ávidas víboras. La astucia de la manzana tentaba la vista a la niña. Su luciente rubor cegaba la pureza de cada quién la contemplaba. La hacía suya. Absorbe con afán toda la concentración en ella sobre cualquier cuerpo en la sala. Luz para moscas. Seseos en su mente, lenguas de serpiente. Confusión. Sus inicuos cuchicheos rondan sus pensamientos. Víctimas de la influencia, llevadas por su apariencia. Tejiendo la red para sus presos, cavando la fosa para sus huesos. Embrollos viscoelásticos inmobilizan sus patas, y, con un movimiento dinámico, la araña abre el opérculo de la fosa esperando la señal para abalanzarse sobre la cena. Zarandea sus patas de excitación. Tentación. Murmullos manipulan sus miembros como si de cuerdas tratasen. Ocho ojos la ven. Una marioneta poseen. Hipnotizada. Alarga la mano. Manzana circular. Retuerce los hilos, cortan sus filos. Seccionan su tenue piel, agudizando la cicatriz. Un bocado. Sabor putrefacto, rancio. Su interior bruno, rebosante de patas y cristales. Aracnofobia. Dientes teñidos, carbunclos en su boca. Pupilas dilatadas. Espejismos. Irracional. El ambiente desprende un potente olor a muerte. Errantes del placer, no les importa el padecer. Miel para abejas.
Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil doscientas espinas.
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Aparentando madurez.
martes, 1 de mayo de 2012
Pequeña Blancanieves
Fotografía & Edición: Cristina Velasco Prior
Modelo: Ana Belén Prior Cano
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