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Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil doscientas espinas.

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domingo, 29 de abril de 2012

Día Negro raro.

Tercera hora. Contemplando con la mirada inerte, perdida en la esquina que frecuentaba acomodarse, mientras una voz más grave y un tan contundente procedía a dar la clase. Sigilosamente y de vez en cuando, contaba los segundos que le faltaban por recorrer a la manecilla grande de su reloj índigo aterciopelado para completar el minuto. Se retiró con brusquedad el mechón de la cara que repetidamente le hacía obtener una visión nula de la pizarra en que rara vez era que no tuviera ningún ejercicio resuelto de trigonometria de la clase anterior a gimnasia. Paulatinamente, inclinó la cabeza y con una mano se limitó a cerrar su flequillo asegurándose de que  ningún milímetro de su frente quedase destapado a la vista de otros. No podía contener las ganas de echar un ojo otra vez a su reloj de aguja, con la esperanza de haber perdido ya media clase, cuando, lo encuentra tan solo cinco minutos retrasado desde la última vez que lo observó. Esta vez, le pareció que el tiempo se iba ralentizando hasta llegados algún momento de la clase parar lo que le hizo estremecerse y, en un desesperado intento por entender lo que el profesor estaba explicando en ese momento, se echó las manos a la cara aferrándose prontamente a su mesa. De su pequeña carpeta de borradores en blanco y negro, sacó un boceto a medias, con porciones del papel más ennegrecidas que otras actuando como la sombra de los párpados caídos. Y más intensas se hacían alrededor del extremo de los finos labios que difuminaba con la ayuda de sus largos dedos, los que utilizaba dependiendo del tamaño, simulándolos con el trabajo de distintos pinceles de diferente grosor, restregando con desigual forma las lineas del folio. No esperando ninguna advertencia del profesor y esperando ser invisible en su propia mente negra y vacía, garabateó su firma artística en la esquina del papel. La negrura del iris y el rostro apagado de su cara presente le provocó una nostalgia  a ser cómo solía ser hace un tiempo. Suena el timbre. Le consoló el pensar que ya faltaba menos para marcharse de esa prisión, pero no lo hacía el saber que afuera le aguardaba otra peor, por las tardes le gustaba quedar con sus amigos pero iba a ser el primer viernes que oportunamente todos estaban ocupados. Hoy es un día negro, dijo ella. Todo se ve tan similar y a la vez tan diferente al pasado día.. La noche pasada tuvo una fuerte discusión con su padre, una peor que la anterior, y siempre acaba en manos y gritos desesperantes e irritantes que te persiguen hasta que tu sentido común muere, esperando a que la fuerza gane la partida, pero esa vez no quería limpiarse el rimel corrido de sus mejillas lo que le hace desear a una aún más la independencia y un cerrojo en su ** cuarto. Esa mañana le había molestado algo que mencionó con sus amigos, las típicas tonterías con las que uno se suele rebanar los sesos y preguntarse cosas, y, ellos no lo habían notado. Le buscarían en el recreo, pero ella no estaría allí para verlo. Pues nada en sus días había cambiado, el cielo siempre estaba azul, las nubes seguían el mismo recorrido de siempre, el suelo seguía ahí soportando sus botas negras cada vez más desfavorecidas y andrajosas, aunque siempre después de salir de allí le quedaba un buen trecho a casa para cansarse pero por un momento no ser el blanco de furia de tus padres por ser un desastre en muchas ocasiones. Entonces, ¿mi suerte nunca cambiaría?.., o simplemente iría a peor.. Pensó. Nada es nada. Las cosas por un sentido parecían mejorar pero como todos, por otro era totalmente diferente. Todos progresaban, y ella tenía la sensación, de, quedarse estancada, ahogarse con su propio oxígeno, simplemente, no avanzar, quedarse en una fracción del pasado que todos sabemos que se repetirá, y repetirá, y repetirá.. El no tener miedo a nada y no morir ya le estaba aburriendo, y, a veces, entristeciendo. Quería experimentar, hablar de las sensaciones que ahora muchos a su alrededor ya podían hablar, no quería ser un futuro en el pasado, no quería esa sensación de envejecer cuando todos son tan jóvenes.. Sale del aula. avanza con sus pasos cada vez más arrastrados de lo normal y cansados. Se detiene frente al cristal donde hay depositado dentro un extintor de emergencias y observa su reflejo; en el percibe el reflejo de un engendro  largo de metro setenta y ocho, un reflejo de la inseguridad del pretérito sombrío al que prefiere no darle otra vez rienda suelta. Esta vez, baja por su escalera más próxima para evitar detenerse a hablar con sus amigos. No es que estar solo sea la gran solución, pero tampoco sabía lo que quería esa mañana.. Bueno, tenía un nudo en la garganta, de esos que si no lo sueltas se te hace muy difícil el tragar saliva, quizá fuera eso, pero tampoco tenía ganas de comprobarlo. Quizá faltaba algo que siempre estaba ahí, para ayudarte en esto, esas parejas que se preocupan por tí, te dan un beso y te hacen más fácil el día. Ese algo que si no lo tienes y lo ves, te deprime aún más y te araña con fuerza el pecho, suerte que ella ya no tenía corazón de niña, no al menos la gran parte de él. O quizá, ya no concordaba con su forma de ser; mamá odia su forma de ser. Ya no la reconoce, últimamente esta más borde con mamá y le contesta, se regodea mucho de los éxitos de su hija con toda la gente y en cambio no se siente orgullosa de lo que a ella en realidad le gustaría ser y hacer, se avergüenza. Ella piensa que su madre quiere vivir sus quince años dentro de ella a su manera como si fuera lo mejor para ella, pero no es así, y eso le agobia constantemente, como un moscardón incrustado en sus oídos. Volvemos al punto cero. La mañana es terrible, para tirarse por el puente de un río, un soplo de aire del sahara sofocante en primavera, bueno eso y que tenía algo de fiebre aunque el cielo estaba gris y nublado. Odia estar acalorada, y más cuando esta mala y no a pegado ojo en toda la noche; una parte de ella le dice, '¡A qué esperas!, vete a casa, enciende el ventilador y métete en el puto congelador', mientras la otra neutral prefiere quedarse en el limbo para que no le pongan más faltas de las que tiene. Se tragó toda la mañana con el comecocos en la cabeza, fue eterno, pero salió. Esta vez las nubes dieron paso a la lluvia que se encontró cuando salió, no llevaba paraguas, se extendió la chupa de cuero que llevaba a lo largo de la cabeza, aún así no hacía mucho frío aunque las gotas estaban heladas. Llevaba tres días seguidos bebiendo por la cuenta de la gasolina del coche de mamá con el que venía a recogerle rara vez. Pero hoy no iba a aparecer. La lluvia alternaba su intensidad y el bello del brazo ya se le erizaba como a un perro camino a casa. No esperaba un final feliz para este día, pero si peor porque ella piensa que no se puede descartar ninguna posibilidad, aunque sin amigos no hay final feliz, todavía seguía un poco consternada por lo que iba a hacer esta tarde en casa cuando oyó una bocecilla conocida y lejana a su espalda gritando su nombre:
- ¡Espera, guarrilla!, ¿estás mejor de la cabeza?, pareces una muerta viva, anda, toma mi chaqueta y ya me la devolverás esta tarde.
~
Estaba equivocada, tengo mucha suerte. Ya no me acordaba de porqué segundos atrás me mordía las uñas, o al menos, ya no me importaba tanto. Yo decido, yo soy yo, si yo soy la que hago el esfuerzo por respirar, entonces también puedo decidir si hacerlo bien o no. Y no cambiar, nunca. La lluvia se debilitaba en cantidades, bañaba mi helada tez una vez más, seguía el camino a casa desde el bancal. El viento azotaba el pastizal con gran magnitud, moviéndose con gran exaltación de un lado a otro. Personitas insignificantes con sus paraguas refugiándose de la precipitación cruzando las caminillos y senderos apresurados hacia la carretera. La carretera, puedo ver mi propio reflejo en ella, el de una niña con ganas de pisar un buen charco. Parecía estar andando sobre un río de agua, qué gran sensación.  Volvía a sentirme algo más cria, con sus mechones largos empapados de agua y el flequillo descuidado. Las calles parecían una inundación divina, y yo me había calado los calcetines de pasar por lo más encharcado. Si ahora mismo Eva, amante de los charcos estuviera presente, no me haría falta un baño para contarlo, y lavadoras.. Sería una pena que esta tarde, con Eva de paseo por las calles de Venecia, tuviera que poner otra lavadora asegurada. Y, a veces me hace pensar, que con amigos como ella, no necesitaría espejos falsos ni reflejos aliados para vivir como lo hacemos ella y yo, con manos que a veces, tras una tormenta, resbalan, pero llegados a un arco iris, agarran y no dejan de hacerlo. Un charco bajo mis pies.